lunes, 4 de marzo de 2013

¿Por qué no arden las calles? (1º parte)





           Me da mucha rabia cuando la gente se piensa que las cosas son sencillas y cualquiera las puede hacer. Cuando son los primero en criticar pero los últimos en echar una mano. Me produce arcadas cuando veo facebuccionarios que no pisan la calle más que para ir de bares o ver un partido de fútbol. ¡Seis millones de parados y nadie sale a la calle! ¿Me lo dice una persona que a la última concentración masiva que acudió fue la final de la copa del rey? Una de dos o nos hemos vuelto gilipollas o siempre lo hemos sido. Cuanto más tiempo pasa más me decanto  por lo segundo que por lo primero. Por ello voy a tratar de explicar, tal y como yo lo veo, por qué aún la gente no está saliendo a las calles a protestar enérgicamente

             Para empezar hoy trataré uno de los mayores problemas que creo tenemos: la desunión. No voy a tratar el tema de la lucha obrera pues prefiero analizarlo más en profundidad otro día. Demasiada gente cree que las soluciones individuales van a servir para solventar la situación y salir del paso. Aún existe esa falsa creencia de que si te esfuerzas y eres constante conseguirás ascender en la escala social… un sin sentido. Para que nos hagamos una idea eso es algo así como decirle a tu hijo que deje la escuela y se dedique a jugar al fútbol todo el tiempo posible. Que se esfuerce al máximo entrenando y mejore su técnica porque, de este modo, conseguirá ser el nuevo Messi y prosperar en la vida. Sin duda que existe la posibilidad de que tu hijo sea como Messi, o incluso mejor, pero las probabilidades son casi nulas. Ascender en la pirámide social es lo mismo. Si de verdad uno piensa que en el sistema es posible ascender por méritos propios y cree que es lícito que un grupo de gente viva mejor que otra no está haciendo otra cosa que apretar con sus creencias, el nudo gordiano que lo esclaviza.
            

El problema del ascensor social 


             Si perteneces a la clase baja es muy difícil llegar a la clase media-alta (no digamos a las clases altas) pues el supuesto ascensor social que permite esa movilidad no es tal. Si tomásemos como ejemplo un rascacielos, a través del ascensor social una persona normal podría escalar una o dos plantas (según donde naciese) pero jamás llegaría a las plantas superiores pues éstas están destinadas únicamente a quienes nacieron de la planta 50 hacia arriba.

             Quizá uno de los mayores problemas venga cuando nos renombren la planta en la que nos hallamos. Si a través de los medios de comunicación nos consiguen convencer de que nos hallamos en el piso treinta, no necesitaremos mirar por la ventana para comprobarlo ¿Por qué nos iban a engañar? Si mirásemos por la ventana observaríamos que no nos encontramos en la trigésima planta sino en la décima o novena. El problema está en querer mirar por la ventana. ¿Cuántos decíamos hace unos años que éramos de clase media? ¿Cuántos de verdad analizamos nuestra situación/miramos por la ventana? El problema de la falacia de la clase media y de los problemas derivados del crédito lo abordaré en profundidad en siguientes entradas.

Un anestésico llamado crédito 


                El acceso fácil al crédito o los llamados créditos al consumo son un invento reciente. A nuestras abuelas y abuelos jamás les habrían concedido un crédito para amueblar la casa o irse de vacaciones, pero aún mejor, jamás lo habrían aceptado. Aun hoy podemos escuchar a nuestros mayores decirnos que no nos fiemos del dinero fácil, nadie les escuchó entonces y nadie se para hoy a escucharles.

                El fácil acceso al crédito supone una educación social a un consumo desmesurado e inmediato. Hemos dejado de ahorrar para comprar, ahora pagamos a plazos o financiado. Lo quiero aquí y ahora. Eso supone por un lado un escaso ahorro medio, una falsa sensación de poder adquisitivo y por tanto una falsa identidad de clase social. Me explico, si puedo irme de vacaciones donde va el jefazo de la empresa, puedo comprarme un coche parecido al del jefazo y puedo darme algún lujo como el jefazo… ¿Acaso no soy de clase similar a la del jefazo? Pues no, simple y llanamente no. Resumiendo: el jefazo no ha hipotecado media vida en forma de deuda para adquirir esos bienes y su capacidad de influencia sobre tu modo de vida es infinitamente superior a tu capacidad de influencia sobre su modo de vida.

                Todo esto nos lleva a una terrible conclusión, si hemos aprendido a “escalar socialmente” a través del consumo ¿Cuándo y por qué pelearé? ¿Por mantener derechos sociales, justicia ecuánime? No, pelearé por mantener o mejorar mi capacidad de consumo. Si esa capacidad de consumo viene determinado por el sueldo de las empresas y por el crédito de la banca ¿A quién culparé? Si no me da por mirar por la ventana y reflexionar por qué creía estar en la trigésima planta solo pediré retomar a la situación anterior a través de cómo me enseñaron que se llegaba a ella: trabajar duro, pedir crédito y financiar mi consumo: pan y circo.

La propiedad, la fuente de todo miedo


                Es curioso mirar la historia y ver como algunas soluciones que se utilizaron hace más de cincuenta años hoy siguen vigentes, qué poco hemos cambiado. Resulta que en la postguerra española había un gran problema para contener a las masas republicanas que aún se mostraban beligerantes cuando flaqueaban las fuerzas del orden. Los makis causaban problemas en la sierra y mucha gente acogía en sus hogares a conspiradores para devolver el legítimo gobierno a Madrid. Sin embargo Franco y sus huestes consiguieron un antídoto infalible ante esa rebeldía: ¿represión? Ni mucho menos, propiedad.

                En la España de aquella época eran pocas las familias que tenían pisos en propiedad en las ciudades. Con un país en ruina, las ciudades devastadas en fase de reconstrucción y unos pueblos desangrados por la rivalidad entre familias la emigración hacia las ciudades era constante. Era necesaria mucha mano de obra para revitalizar la economía y reconstruir infraestructuras. Para ello durante los primeros años los prisioneros de guerra formaron esa mano de obra, muriendo muchos por las malas condiciones, pero no era suficiente para amedrentar a los rebeldes. Así que ni corto ni perezoso el dictador comenzó a edificar casas y construir fábricas a diestro y siniestro. Con una España de propietarios y estómagos agradecidos las ganas de rebelarse disminuyeron hasta el extremo. Asi España paso de ser un pais de proletarios a un pais de propietarios (casas en propiedad) y con ello se desactivaron las calles, había miedo a perder las propiedades.

                Hoy pasa lo mismo. A menudo oímos “Yo con tal de no perder lo poco que tengo… me vale”. Es ese miedo a perder las posesiones que se tiene la que bloquea a la gente a pelear por poseer lo único valioso: su libertad. Es lo que Hegel llamaba la moral del esclavo. La de aquel esclavo que piensa que si se rebela contra su dueño este dejara de tirarle mendrugos de pan de vez en cuando y que si obedece y es servil quizá le caigan mendrugos más grandes. Vivimos en un país donde la gente pensaba que alquilando se tiraba el dinero y todo ser viviente quería una casa en propiedad. Estamos en la obligación de explicar que no hay nada que proteger porque de seguir así lo perderemos todo, que ya no tenemos nada que perder porque no tenemos nada.

2 comentarios:

  1. El problema que hay, al menos el que yo veo en España, es un egoísmo terrible y una falta de identidad de grupo irresoluble.
    Cuando un colectivo sufre, los demás miran para otro lado y no hacen nada o, incluso, se alegran (como el ejemplo que hemos tenido de protestas funcionariales). Luego, cuando el afectado es otro, los demás siguen haciéndose los orejas mientras que los primeros se escudan en el "vosotros no nos ayudasteis" para seguir haciendo NADA.
    ¿Se puede cambiar de alguna manera la forma de pensar de tantísima gente? Difícil.

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    1. Trataré de abordar estas cuestiones en sucesivas partes dando al menos mi punto de vista. Por lo demos estoy de acuerdo contigo

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