Me da mucha rabia cuando la gente
se piensa que las cosas son sencillas y cualquiera las puede hacer. Cuando son
los primero en criticar pero los últimos en echar una mano. Me produce arcadas
cuando veo facebuccionarios que no pisan la calle más que para ir de bares o
ver un partido de fútbol. ¡Seis millones de parados y nadie sale a la calle! ¿Me
lo dice una persona que a la última concentración masiva que acudió fue la
final de la copa del rey? Una de dos o nos hemos vuelto gilipollas o siempre lo
hemos sido. Cuanto más tiempo pasa más me decanto por lo segundo que por lo primero. Por ello
voy a tratar de explicar, tal y como yo lo veo, por qué aún la gente no está
saliendo a las calles a protestar enérgicamente
Para empezar hoy trataré uno de los
mayores problemas que creo tenemos: la desunión. No voy a tratar el tema de la
lucha obrera pues prefiero analizarlo más en profundidad otro día. Demasiada gente
cree que las soluciones individuales van a servir para solventar la situación y
salir del paso. Aún existe esa falsa creencia de que si te esfuerzas y eres
constante conseguirás ascender en la escala social… un sin sentido. Para que
nos hagamos una idea eso es algo así como decirle a tu hijo que deje la escuela
y se dedique a jugar al fútbol todo el tiempo posible. Que se esfuerce al
máximo entrenando y mejore su técnica porque, de este modo, conseguirá ser el
nuevo Messi y prosperar en la vida. Sin duda que existe la posibilidad de que
tu hijo sea como Messi, o incluso mejor, pero las probabilidades son casi
nulas. Ascender en la pirámide social es lo mismo. Si de verdad uno piensa que
en el sistema es posible ascender por méritos propios y cree que es lícito que
un grupo de gente viva mejor que otra no está haciendo otra cosa que apretar
con sus creencias, el nudo gordiano que lo esclaviza.
El problema del ascensor social
Si perteneces a la clase baja es
muy difícil llegar a la clase media-alta (no digamos a las clases altas) pues
el supuesto ascensor social que permite esa movilidad no es tal. Si tomásemos
como ejemplo un rascacielos, a través del ascensor social una persona normal podría
escalar una o dos plantas (según donde naciese) pero jamás llegaría a las
plantas superiores pues éstas están destinadas únicamente a quienes nacieron de
la planta 50 hacia arriba.
Quizá uno de los mayores problemas venga
cuando nos renombren la planta en la que nos hallamos. Si a través de los medios
de comunicación nos consiguen convencer de que nos hallamos en el piso treinta,
no necesitaremos mirar por la ventana para comprobarlo ¿Por qué nos iban a
engañar? Si mirásemos por la ventana observaríamos que no nos encontramos en la
trigésima planta sino en la décima o novena. El problema está en querer mirar
por la ventana. ¿Cuántos decíamos hace unos años que éramos de clase media? ¿Cuántos
de verdad analizamos nuestra situación/miramos por la ventana? El problema de
la falacia de la clase media y de los problemas derivados del crédito lo
abordaré en profundidad en siguientes entradas.
Un anestésico llamado crédito
El
acceso fácil al crédito o los llamados créditos al consumo son un invento
reciente. A nuestras abuelas y abuelos jamás les habrían concedido un crédito
para amueblar la casa o irse de vacaciones, pero aún mejor, jamás lo habrían
aceptado. Aun hoy podemos escuchar a nuestros mayores decirnos que no nos
fiemos del dinero fácil, nadie les escuchó entonces y nadie se para hoy a escucharles.
El
fácil acceso al crédito supone una educación social a un consumo desmesurado e
inmediato. Hemos dejado de ahorrar para comprar, ahora pagamos a plazos o
financiado. Lo quiero aquí y ahora. Eso supone por un lado un escaso ahorro
medio, una falsa sensación de poder adquisitivo y por tanto una falsa identidad
de clase social. Me explico, si puedo irme de vacaciones donde va el jefazo de
la empresa, puedo comprarme un coche parecido al del jefazo y puedo darme algún
lujo como el jefazo… ¿Acaso no soy de clase similar a la del jefazo? Pues no,
simple y llanamente no. Resumiendo: el jefazo no ha hipotecado media vida en
forma de deuda para adquirir esos bienes y su capacidad de influencia sobre tu
modo de vida es infinitamente superior a tu capacidad de influencia sobre su
modo de vida.
Todo
esto nos lleva a una terrible conclusión, si hemos aprendido a “escalar
socialmente” a través del consumo ¿Cuándo y por qué pelearé? ¿Por mantener
derechos sociales, justicia ecuánime? No, pelearé por mantener o mejorar mi
capacidad de consumo. Si esa capacidad de consumo viene determinado por el
sueldo de las empresas y por el crédito de la banca ¿A quién culparé? Si no me
da por mirar por la ventana y reflexionar por qué creía estar en la trigésima
planta solo pediré retomar a la situación anterior a través de cómo me
enseñaron que se llegaba a ella: trabajar duro, pedir crédito y financiar mi
consumo: pan y circo.
La propiedad, la fuente de todo miedo
Es
curioso mirar la historia y ver como algunas soluciones que se utilizaron hace más
de cincuenta años hoy siguen vigentes, qué poco hemos cambiado. Resulta que en
la postguerra española había un gran problema para contener a las masas
republicanas que aún se mostraban beligerantes cuando flaqueaban las fuerzas
del orden. Los makis causaban problemas
en la sierra y mucha gente acogía en sus hogares a conspiradores para devolver
el legítimo gobierno a Madrid. Sin embargo Franco y sus huestes consiguieron un
antídoto infalible ante esa rebeldía: ¿represión? Ni mucho menos, propiedad.
En
la España de aquella época eran pocas las familias que tenían pisos en
propiedad en las ciudades. Con un país en ruina, las ciudades devastadas en fase de reconstrucción y unos
pueblos desangrados por la rivalidad entre familias la emigración hacia las
ciudades era constante. Era necesaria mucha mano de obra para revitalizar la
economía y reconstruir infraestructuras. Para ello durante los primeros años
los prisioneros de guerra formaron esa mano de obra, muriendo muchos por las malas
condiciones, pero no era suficiente para amedrentar a los rebeldes. Así que ni
corto ni perezoso el dictador comenzó a edificar casas y construir fábricas a
diestro y siniestro. Con una España de propietarios y estómagos agradecidos las
ganas de rebelarse disminuyeron hasta el extremo. Asi España paso de ser un pais de proletarios a un pais de propietarios (casas en propiedad) y con ello se desactivaron las calles, había miedo a perder las propiedades.
Hoy
pasa lo mismo. A menudo oímos “Yo con tal de no perder lo poco que tengo… me
vale”. Es ese miedo a perder las posesiones que se tiene la que bloquea a la
gente a pelear por poseer lo único valioso: su libertad. Es lo que Hegel
llamaba la moral del esclavo. La de aquel esclavo que piensa que si se rebela
contra su dueño este dejara de tirarle mendrugos de pan de vez en cuando y que
si obedece y es servil quizá le caigan mendrugos más grandes. Vivimos en un país
donde la gente pensaba que alquilando se tiraba el dinero y todo ser viviente
quería una casa en propiedad. Estamos en la obligación de explicar que no hay
nada que proteger porque de seguir así lo perderemos todo, que ya no tenemos
nada que perder porque no tenemos nada.
El problema que hay, al menos el que yo veo en España, es un egoísmo terrible y una falta de identidad de grupo irresoluble.
ResponderEliminarCuando un colectivo sufre, los demás miran para otro lado y no hacen nada o, incluso, se alegran (como el ejemplo que hemos tenido de protestas funcionariales). Luego, cuando el afectado es otro, los demás siguen haciéndose los orejas mientras que los primeros se escudan en el "vosotros no nos ayudasteis" para seguir haciendo NADA.
¿Se puede cambiar de alguna manera la forma de pensar de tantísima gente? Difícil.
Trataré de abordar estas cuestiones en sucesivas partes dando al menos mi punto de vista. Por lo demos estoy de acuerdo contigo
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